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martes, 17 de febrero de 2009

Cinco de la Tarde

Recuerdo haber caminado por esa plaza pensando, miraba yo las palomas y los niños comiendo helados, en mi mente había un constante pensamiento, que aunque parecía aquietarse, regresaba con mayor furor, vi a una anciana cruzando lenta la calle, a un perro errante que lamía migas sobre un periódico viejo, también a chicos que jugueteaban en sus patinetas, a una pareja muy joven que estaba sobre el césped mirando al cielo. Aquel pensamiento volvía a azotarme, no podía hacerme el ignorante. Caminé alrededor de una fuente de agua en la que había monedas, talvez de remotos deseos. Me senté junto a una niña que leía una historieta de amor, cerca de mi pasó una chica rubia que trotaba despacio, una pelota llegó a mis pies liego de haberse escapado de las frágiles manos de un bebé, al lanzársela las campanas de la antigua catedral avisaban las cinco de la tarde. Quise pasar por alto lo que tenía que afrontar, preferiría mil veces un examen de calculo diferencial a tener que vivir ese instante de angustia, un payaso hacía malabares rodeado de niños, esos que solo piensan en diversión, caminé sin estar seguro y sin terminar mi pensamiento, un triciclo se interpuso a mi paso, me detuve por menos de un instante, miré atrás y vi un grupo de chicos limpiabotas sonriendo entre sí con alegría. Realmente hubiese preferido hacer cualquier cosa a tener que marchar, proseguí con rumbo indefinido, ya me alejaba de aquella plaza solo veía la estatua de un olvidado prócer sobre la que posaban dos gorriones café. Apenas oía a lo lejos el ruido de la melancólica campanilla del heladero, mi paso era firme cuando un mendigo me paralizó por completo, una enorme sonrisa adornaba su cara, sus anteojos negros brillaban con el sol, le di tres monedas o cuatro, no recuerdo realmente, pero sí el “Dios te ayude” que su arrugada boca pronunció, miré nuevamente hacía esa plaza, talvez pensando en perderme en la sonrisa de un niño y olvidar que ya eran las cinco de la tarde.
No se lo que pasó por mi mente; pero al poco rato estaba sentado sobre una caja de refrescos vacía, a mi mente llegó la imagen del corazón rosa que estampaba la historieta de aquella niña, sus blancas manos pasando hoja tras hoja, ya que eran las cinco; para ellos hora de mirar al cielo y del ejercicio rutinario, para mi no, no era yo uno de los niños que miraban alegres los trucos simples de un payaso, ni un gorrión que vagaba en el hombro de un personaje de antaño, no, ni siquiera la anciana que tenía suficiente tiempo para cruzar una avenida. Sentado, sin helados ni pelota, sin historieta de amor, ni sonrisas, no era siquiera una moneda oxidada en aquella vieja fuente.
Sería fulminante tener que enfrentarme a aquello, yo que he desempeñado de guardacostas y domador… pero en fin, aquella plaza marcó en mi vida horas de incertidumbre, paralizado estático y con ánimo latente, miles de imágenes abordaban mi mente en un segundo: desaparecer en ese instante, ser un niño, un payaso o un tranquilo gorrión, todo menos darme cuenta que siendo las cinco de la tarde ya debía enfrentarme a mi cruel circunstancia, una plaza en la que hubiese querido ser una inerte estatua; que mis oídos estuviesen macizos en mármol, nunca haber oído el sonido de las campanas, las trenzas de mis zapatos se habían desatado, me incliné lentamente, poniendo el pie sobre un trozo de neumático antiguo, hice un lazo tras otro en el mismo zapato, pude ver una comunidad de hormigas alrededor de una galleta de chocolate, por instantes envidié a una de esas diminutas criaturas que llevan una vida aparentemente sencilla y sin complicaciones, para ellas no tendría ningún significado ver al reloj marcar las cinco de la tarde , seguirían en su trabajo, sin ningún conflicto.
Me levanté caminé erguido directamente hacia la parada de taxis, al cruzar la primera cuadra, vi dos muchachas que con algarabía hablaban en un teléfono público, un joven de arete y cabellera larga haciendo una bombita de goma de mascar, la vi explotar y él estaba tranquilo, creo que no le importaba que fueran las cinco de la tarde.
Seguí mi camino sin olvidar la plaza, muy pronto ya esta frente a cinco autos sobre los cuales la luz del sol hacía un triste destello, un minuto más y estaría frente a la bestialidad que me aguardaba aquella hora, recordar las monedas en la fuente despertó en mi una sed repentina, de haber sido aquella rana no tendría sed ni estaría por abordar un taxi hacia la vertiginosa realidad, creo que de haber tomado toda el agua no hubiese podido aquietar mi sed.

2 comentarios:

  1. Aplaudo este post, hasta dirìa que lo escribiò Jorge Luis Borges, se me parece mucho al "sur" o alguno de los de èl. Muy bueno.

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  2. Gracias!!! Guau! Que comparación Hermano. Me hace honor. Saludos y Abrazo.

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